“Ponte en pie ante las canas y honra el rostro del anciano”

 (Lv 19, 32)

La ancianidad es el tiempo de repensar despacio la vida, para aprender a vivir no sólo desde la actividad y el trabajo, sino desde la contemplación y el ser; no sólo desde el vigor y el esfuerzo, sino desde la debilidad y la humildad, no sólo desde el crecimiento externo sino desde el crecimiento interno y profundo. En la persona mayor van apareciendo también con más fuerza algunas necesidades: necesidad de seguridad, necesidad de amor y afecto, necesidad de consideración y estima, necesidad de seguir viviendo una vida que tenga sentido, necesidad de esperanza, necesidad de Dios. Para el creyente, esta última etapa se convierte en el tiempo de gracia y salvación. Dios lo sigue acompañando:

“Hasta vuestra vejez, yo seré el mismo;

hasta las canas, yo os sostendré;

yo lo he hecho y yo os seguiré llevando;

yo os sostendré y os liberaré” (Is 46,4).

hhcc mayores

Como nos decía el Papa Juan Pablo II en su Carta a los Ancianos: “Es urgente recuperar una adecuada perspectiva desde la cual se ha de considerar la vida en su conjunto. Esta perspectiva es la eternidad, de la cual la vida es una preparación significativa en cada una de sus fases. También la ancianidad tiene una misión que cumplir en el proceso de progresiva madurez del ser humano en camino hacia la eternidad. De esta madurez se beneficia el mismo grupo social del cual forma parte el anciano. (Nº 10 Carta a los ancianos J. Pablo II 1/10/1999)

Las Hijas de la Caridad atendemos a las personas mayores dentro de la misión de la Iglesia. Nuestra fuente principal es nuestra entrega a Cristo para servirle en los más pobres.

El horizonte de nuestro Servicio es el de prestar una atención integral desde nuestro carisma en todas las dimensiones de la persona como ser único e irrepetible, sujeto de una historia excepcional; y todo ello intensificando los lazos de “comunión” con los profesionales y voluntarios en un ambiente de proximidad, sencillez, confianza, servicialidad y calor humano.

“Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia” 

(Sal 15 [16], 11)